La santificación de las madres ocurre por algo sencillo: el rol que se les asigna. Cuando decimos que una madre siempre está, no es que sea por su condición biológica ni porque sean tan buenas, sino porque el sistema patriarcal le asigna roles: responsabilidades sociales. Opinión, por Damián Mereles. Foto: Agustina Rolón (@agusroli).
La santificación de las madres ocurre por algo sencillo: el rol que se les asigna. Cuando decimos que una madre siempre está, no es que sea por su condición biológica de madre, ni porque sean tan buenas, sino porque el sistema patriarcal le asigna roles: responsabilidades sociales. Una madre no puede no estar, porque sino no es madre. En cambio un padre siempre va a ser padre, esté o no.
Limpiar, cocinar, curar, cuidar, ayudar, acompañar, etc. Todos los roles que el sistema (patriarcal y capitalista) asigna a las mujeres. Y sobre todo la carga moral que castiga a las mujeres que no lo cumplen.
Yo a mi vieja la amo, porque siempre está cuando se lo pido, pero también tiene su vida. Tiene otros hijos, tiene intereses, tiene pasiones. Mi vieja tiene sexo con mi viejo y eso no me sonroja ni avergüenza. De ahí venimos.
Yo soy un accidente. Claro, ninguna persona es un accidente. Pero a lo que voy: a mi no me planearon.
Mi vieja es lo mismo que mi hermana o mis hermanos o incluso mi viejo. Son gente que aprecio. Pero parece que hoy hay que reconocerle algo: me parió. Porque me parió, dilató, etc. ¿Y las que no? ¿Y las que tuvieron por cesárea? ¿Y las que adoptaron?
Mi vieja no es mas que nadie, es mi mamá y la de mis hermanos. Pero es casi tan compleja e incompleta como todas. De hecho seguro las habrá mejores.
No le compré ningún regalo porque no tengo un mango, pero cuando tenga le voy a regalar un protector para su celu, porque se le cae a cada rato y se le va a hacer mierda.