Reflexiones y sensaciones de estos 350 años quilmeños. Por Agustín Cassano (@CassanoAgus). Foto: Cuadro del pintor argentino Aldo Severi, ciudadano ilustre y quilmeño por adopción.
Llegamos con nuestros abuelos en el tranvía desde Brandzen al fondo y subimos hasta la intersección con Mitre. Sí, con el 22. Bajamos y seguimos por Mitre hasta llegar a Guido. Doblamos a la izquierda y ya el abuelo nos empezaba a contar las sensaciones únicas e increíbles que vivía cuando se acercaba a la cancha de tablones: “Y dale, y dale Quilmes dale!” Empezaba como desaforado, como si se hubiese trasladado a su infancia inmediatamente y su suma exaltación y excitación lo volvían a ser ese niño de 15 años que fue yendo a ver al cervecero.
Nos dejó en el club de nuestros infinitos e inseparables amigos con los que jugamos y nadamos en esos veranos que no llegaban más y se iban como si nada, como arena en un puñal. Salimos y arrancamos al Parque de la Ciudad, donde jugamos al fútbol como en aquella época en que ser feliz era eso: correr y jugar a la pelota con nuestras amistades inseparables.
Nos movimos apenas unos metros para conseguir unas entradas porque el domingo juega Quilmes, y no podemos no sacar anticipada porque la platea Rodrigo Chapu Braña se agota días antes del match.
Llegamos a la zona más linda, la fantástica y de ensueño Villa Argentina. Nos sumergimos en la imaginación de Otto Bemberg en 1888, cuando imaginó las copas de los árboles que se bifurcan y forman varios senderos tullidos de verde y dan un fresco olor a naturaleza para regalarles a sus obreros de la Brasserie Argentine Société Anonyme, posteriormente llamada Cervecería y Maltería Quilmes.
Entramos a las arcas del Parque de la Cervecería y nos tomamos una rica cerveza, tirada desde el caño que llega de 12 de octubre y las vías, donde se encuentra la fábrica de cerveza más popular de la República Argentina. Salimos del restaurante que ya no está más, porque hoy todo es un negocio, y cuando los números no dan la empresa, que ya no es más de sus dueños, hace desaparecer los lugares cargados de recuerdos y sueños nacientes sin importar que se destruye un mundo.
Vemos el atardecer más bonito del planeta mientras tomamos unos mates y recordamos que para conquistar a nuestras novias, o chicas de ocasión, las llevábamos allí donde se jura un amor tan fuerte y radiante como los ocasos que se dan allí.
Salimos a bailar con hermanos, primos y amigos a la ribera de Quilmes, no sin antes recordar que allí íbamos los sábados soleados a matear mirando el río y apostar a ver si divisábamos la costa uruguaya. Los abuelos nos contaban que se bañaron allí cuando el Pejerrey Club estaba lleno y no había un mango para nadar allí. Entre mate y caminata probábamos algodones de azúcar o manzanas acarameladas de un sabor inigualable y que quedó para toda la vida…
Entramos a bailar y a la salida, totalmente ofuscados y ensordecidos, terminábamos de concretar con el amor de nuestras vidas el amanecer y le prometíamos que seríamos igual de magníficos que la salida de ese sol al ras del río. También le prometíamos a Quilmes que no lo íbamos a abandonar jamás de los jamases porque es más que una ciudad del sur del Gran Buenos Aires; es una ciudad que se forjó y creció con la misma sangre, sudor y lucha que los Indios Kilmes de Tafí del Valle decidieron dejar de perpetrar la especie para así dejar de ser sometidos a los colonos españoles y para demostrar que fueron los últimos que se rindieron.
Quilmes tiene la peatonal Rivadavia, la más popular de zona sur. La cerveza número uno del país. El club donde jugó al hockey la mejor representante argentina de la historia. La barranca interminable. El dorado. La catedral más colonial en la que un obispo se jugó la vida. Tuvo la oscuridad en El Pozo que no es el que rompe los autos, sino el que rompió historias, sueños y robó destinos…
Quilmes cumple 350 años, y mientras nos alejamos hacia la próxima estación con Lito y Cata, en un viaje en tren que soñé en mis sueños bien soñados, olemos a malta y le juramos a Quilmes que vamos a quererla siempre. Y cuando estemos en cualquier lugar del mundo o del tiempo vamos a decir que somos argentinos, pero también reafirmaremos que somos de Quilmes, la ciudad ubicada sobre la costa del Río de la Plata, en un puntito del mapa al sudeste del Gran Buenos Aires. Una de las ciudades más antiguas de la provincia, tras haber sido fundada en el año 1666.
¡FELIZ DÍA DE QUILMES!