Se cumplieron 71 años de los lanzamientos de las bombas atómicas por parte de EE.UU sobre Hiroshima y Nagasaki. Había que mostrarle al mundo quien era el matón del barrio.
Durante la mañana del 6 de agosto de 1945 los habitantes de Hiroshima continuaban con su vida pese a las advertencias que se habían dado de refugiarse por la detección de un bombadero sobre el cielo japonés. La vida se les detuvo a eso de las 8 de la mañana. Como dijo alguna vez Obama “la muerte cayó del cielo”, atribuyéndole a Dios este desastre, limpiando siempre la imagen de terrorismo vip que tienen.
Sí, muchos países estaban en guerra, sí, Japón estaba en el “Eje del mal”, sí, la Segunda Guerra ya estaba prácticamente ganada a favor de los Aliados, si, habían invadido el objetivo militar Pearl Harbour. Las verdaderas preguntas son: ¿era necesaria semejante demostración de violencia? ¿Fue solamente un mensaje a Japón? ¿Cambió en algo el comportamiento de EE.UU con respecto a la invasión de países?
La bomba que detonó a 600 metros sobre Hiroshima aniquiló automáticamente a casi 70.000 personas, la de Nagasaki alrededor de 150.000 y luego las victimas sucesivas por efectos de la radiación. Hubo destrucción material, cultural e histórica que no se recuperará jamás.
Los que volaron el Enola Gay fueron condecorados como héroes de guerra, según la “visión yanqui”. Hoy con EE. UU invadiendo cuanto país se le antoje militar o económicamente, ¿quién se atreve a disputar la supremacía cuando tiene de aliados a potencias de segunda línea?
En las sombras y la memoria de la guerra siempre se pierden las personas.