Hace 40 años era asesinado en un confuso episodio una eminencia del boxeo argentino, el mítico Oscar Bonavena. Su historia en la pluma de Hernán Sánchez.
Ringo está en el Harra´s, un casino de Reno, Nevada. Juega a las cartas, se ríe. Un empleado se acerca y le dice que tiene una llamada. Son las 5:30 de la mañana del 22 de mayo de 1976. Ringo habla, nunca se sabrá con quién ni sobre qué. Lo cierto es que sale apresuradamente del Casino rumbo al prostíbulo Mustang Ranch, que regenteaba el empresario y mafioso Joe Conforte y su esposa Sally. Son las 6:00 de la mañana. En la puerta hay una discusión. Ringo cae herido de bala. A los 33 años, con una extensa carrera boxística y una gran popularidad ganada por su carisma y coraje muere a las 6:15.
El pequeño Oscar había nacido el 25 de septiembre de 1942 en Buenos Aires. Era el tercer hijo de doña Dominga y don Natalio. Vivían en la calle Treinta y Tres orientales, en el barrio de Parque Patricios. Su pasión por el fútbol y el amor por el barrio lo hicieron hincha de Huracán. A los 15 años era un joven fornido, guapo y muy divertido. En la avenida Caseros funcionaba el gimnasio de los hermanos Juan y Bautista Rago. Oscar daba sus primero uppercuts, pegaba con la zurda, y se movía con cierta lentitud, pero iba al frente. Allí los dueños del gimnasio vieron en él un futuro prometedor. No se equivocaron.
La carrera de Oscar Bonavena comienza con algunas polémicas. En un Sudamericano, disputado en Brasil, le muerde una tetilla a un rival y es suspendido. Viaja a Estados Unidos y se inicia como profesional. Disputa nueve combates, ganando ocho y perdiendo el invicto con el gran Zora Folley. Según cuenta la leyenda, estando en Nueva York, coincidió en la calle cuando Los Beatles filmaban en el Rockefeller Center y una fan lo confundió con Ringo Starr. Cierto o no, después de ese viaje, Oscar se transformó en Ringo.
Por fin en 1966 pudo empezar a pelear en Argentina. Disputó 14 combates, le ganó, por puntos, el título argentino a Gregorio “Goyo” Peralta en una pelea memorable. También capítulo aparte merece las peleas con José Georgetti, donde pierde el primer combate y gana en la revancha. Vuelve a Estados Unidos, le gana a George Chuvalo y pierde con Joe Frazier. Continúa su carrera noqueando a sus rivales en el Luna Park y por el interior del país. De nuevo en Estados Unidos la derrota lo encuentra de la mano de Jimmy Ellis.
Navidad de 1967. Para esta altura Ringo es muy popular en Argentina. No se olvida de sus orígenes. Su excentricidad, mezclada con su carisma, genera un combo formidable para las revistas y los programas de televisión.
Un joven Andrés Percivale habla con Doña Minga, le pregunta a Oscar sobre los ravioles. Una familia cualquiera, una vida común y corriente. Ringo todavía no sabe que lo espera la pelea que lo consagrará para toda la historia.
En 1968 Ringo pelea nuevamente con Joe Frazier y pierde. En 1969 pelea cuatro veces. Gana tres y empata una. Empieza el año 1970. Luego de algunos combates le llega la oportunidad de enfrentarse con el mejor boxeador de la historia, Muhammad Ali.
Durante los meses previos a la pelea, Bonavena vivía sus días de gloria. Fanfarrón y confiado, Ringo se paseaba por los canales de televisión. Muchos veían demasiado lejana el combate con Cassius Clay. En una entrevista dice que lo iba a noquear en el decimoprimer round. En otra nota el periodista, incrédulo, le pregunta si puede mostrar el contrato de la pelea. “En su debido momento lo voy a mostrar”, responde.
Finalmente se concreta la pelea. Hay un registro televisivo de la conferencia de prensa. De bata rayada, Ringo le habla a Clay. Le grita, bien porteño, lo carga, le dice en inglés:
–Por qué no fuiste a la guerra? –Te voy a dar una paliza, contesta enojado Alí. –Jaaa … Iu arr e chiken…chiken, chiken!!…pipipipi, (“Vos sos una gallina”), dice Ringo.
–Nunca debiste haber hablado así de Muhamad Alí, dice el moreno, mientras le colocan el estetoscopio en el brazo izquierdo. –Clay…, grita Bonavena. –Alí, responde el norteamericano. –Clay, Clay…, repite Ringo, riendo. –Te caés en el nueve, que todo el mundo escuche, serás mío en el nueve. –Maibe iu cam daun in seven, (“Quizá te caes vos en el siete”), redobla Ringo.
Los cines de Lavalle cerraron aquel lunes 7 de diciembre de 1970. Nada podía competir con la pelea. El combate fue vibrante. Alí manejó la pelea, era veloz y su jab era preciso. Ringo estaba motivado, pegaba duro, su cross de izquierda hacía daño. Pasó el round siete, llegó el nueve. Todos expectantes. En el audio de Radio Rivadavia se escucha al locutor decir: “El público le pide a Clay que cumpla lo que había prometido”. Pero el oriundo de Parque Patricios sorprendió a los más de 19.000 espectadores. Sorprendió al mundo. Izquierda, derecha y el moreno al piso. Éste se recupera. Llega el último asalto, el número 15. Ringo está cansado, y el norteamericano maneja los brazos. Ringo erra con la izquierda y Alí le mete un zurdazo de lleno en la cara que tira al argentino. Bonavena se levanta, como puede, camina, tiene la mirada perdida. Vuelve a la pelea. Alí se acerca de nuevo, derecha, izquierda y Ringo de nuevo a la lona. El argentino se levanta, el árbitro, Mark Conn, se deja llevar por el ímpetu del moreno, no le cuenta al latinoamericano, no le da respiro, solo le pregunta si está bien, Bonavena, por inercia, contesta que sí con un gesto, pero ya todo estaba perdido. Cassius combina derecha, izquierda, derecha y el zurdazo final vuelve a tirar a Ringo. Se acabó.
Los que estuvieron en aquel vestuario recuerdan a Bonavena preguntando: ‘Díganme, ¿yo guapié, no? Díganme la verdad, ¿guapié, no?’. Ésa era su preocupación. Y sí, por su coraje, esa pelea inmortalizó a Ringo Bonavena.
Después siguió peleando, perdió, ganó, pero ya no fue lo mismo. Unos negocios lo llevaron a Estados Unidos. Algunos problemas con los guardaespaldas del mafioso que lo contrató lo tenían preocupado. Otras versiones indican que podría haber tenido un amorío con la esposa del jefe, otros dicen que debía plata. Lo cierto es que los disparos recibidos con un Remington 30-06, fusil de caza, le ponen fin a una vida llena de aventuras. Lejos de su Parque Patricios, de su familia y de su pueblo. Cinco días después, más de 150 mil personas iban al Luna Park a despedir a su ídolo. Famosos, políticos, deportistas, se reunieron aquella jornada fría. Ringo entraba en la historia. Se quedaba para siempre en el corazón de los argentinos.